El último tango en La Habana
*Reproduce esta canción*
A Oneyda y Gaby
Cuando leas esto ya yo no estaré en Cuba. Esta es mi suerte de despedida, mi casi adiós. No pretendo volver. No se puede, pero no voy a negar que fue genial despedirme con un último tango en La Habana.
En diciembre ya sabía que me iba, había asumido ese tiempo como un mes de secreto donde todos me preguntaban cuál sería el rumbo de mi vida y yo solo sabía dar respuestas ambiguas, guardar todos los silencios posibles. Pero una amiga hizo todo lo contrario, me preguntó si nunca se me había ocurrido bailar tango. Realmente lo había pensado, pero por aquello de “bailar un tango en París”, de poner la banda sonora de esta crónica frente a la Torre Eiffel y bailar con una mujer hermosa, con “la” mujer hermosa. Fuera de eso no me creía capaz de ser parte de una milonga, de abrazar a una compañera y soltar los pies.
Hasta que, por un pasillo oscuro, en un solar del Vedado, subiendo unas escaleras de hierro en medio de la noche llegué a un salón inmenso, lleno de espejos, donde una mulata a veces en tacones, a veces en tenis, bailaba el tango de La Habana, bailaba como si fuera natal de Buenos Aires y hubiera sido amiga de Gardel. Era puro asombro verla recorrer el salón, mover los pies, salirse de Argentina para caer en esta Isla que como el Titanic, se ha partido al medio y se está hundiendo.
Aunque durante la hora de clase no había iceberg, no había reordenamiento económico, no existía la austeridad apabullante, solo los pies, los abrazos y tu reflejo, que era el reflejo de París, el reflejo de los sueños y lo que uno a toda costa quería que fuera la verdad.
No había más mundo que la única existencia de dos cuerpos, la conexión de las manos y el cabello que te nublaba la vista, como si la bruma del tango solo te dejar sentir. “Tienes que sentir”, me decía ella y luego me culpaban de abrazarla demasiado fuerte. ¿Quién sabe cuál es la manera correcta de abrazar? ¿Cuál es la fuerza precisa cuando es la despedida?
No puedo decir que saliera experto de allí, no puedo decir siquiera que soy un principiante, me río porque solamente soy la concepción de un hombre que le gustaría bailar tango y allí me vi tratando de salir al mundo en unos pasos de baile.
Agradezco cada segundo donde sentí la vida que le queda a esta Isla, donde pude ver la alegría de respirase en el cuello y moverse como si un lazo infinito cayera sobre los cuerpos y el sentido de la milonga rigiera el tiempo y el movimiento.