La mejor excusa para volver
Llegué a Madrid de madrugada. Pero la luz del viejo mundo nos había alcanzado en el Atlántico, no muy lejos de Portugal. Descubrí Europa sumergido en una turbulencia que sacudía el avión, y por la ventanilla podía ver la escarcha, el frío tratando de meterse en nuestras vidas como recibimiento. Prefería aquel blanco anfitrión que la infinita oscuridad de mi isla. Al final era mentira la madrugada, en Europa hacía mucho tiempo ya la vida había comenzado, pero era yo el que todavía era perseguido por la noche, por el fantasma de la Revolución.
Hice el vuelo con una cubana que llevaba más de 20 años en Italia, y fue extraño pisar Madrid sabiendo más de la Toscana que de esta tierra en la que siglos atrás vivieron mis ancestros. Sí, porque sé de mis ancestros, aunque a mi país le guste juguetear con los recuerdos, le guste meter la mano en las memorias y convertirlas en delirios. Cuando salí del avión pude sentir el golpe del invierno y sentí que mi ropa era endeble, que mi cuerpo era una hojarasca y pronto el aire me iba a levantar y llevarme consigo. El censo de la bodega jamás me había provisto de suficiente fuerza como para este frío. Descubrí en mi primer paso en Madrid que las raciones de Cuba tienen el objetivo de mantenerte débil, de contrarrestar los pensamientos, porque no hay mejor excusa para volver que decir: yo no aguanto esto.
Y a pesar de que mis piernas se sacudían, y temblaban y yo apretaba la mandíbula para que no se notara que tenía frío, una mujer pequeña, de unos 60 años de edad y con el pelo rubio, pero rubio de tinte, rubio de rubio hecho en Cuba me dijo: “Aguanta mijo, con el tiempo uno se acostumbra”.
Y aquella señora no tenía ni idea de quién era yo, o cuál era mi nombre, o si siquiera la entendía, pero lo dijo con la certeza de que algo más en mi gritaba: ¡Este es cubano! Y me fue útil oír su voz, oír su acento, y hacerme sentir que aquellas palabras en cierta medida eran la solución a todo lo que viniera.
Luego de eso seguí a la multitud, y monté en una guagua, y fui a un espacio donde todos hacían filas, y yo hice lo mismo. Nunca supe cuando me recibieron en España, solamente seguí a la multitud.
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