Cerca de la frontera
Debía llegar a Ourense en el tren de las nueve, pero, por un inusual atraso, llegué en el autobús de medianoche; me recibieron un frío espantoso y una terminal trémula. Ale llegó como veinte minutos después, pero a pie, aún le faltaba el coche, así que la recepción fue como en los viejos tiempos: una buena caminata subiendo lomas para llegar a su casa.
Pero al final uno agradece que sean las lomas de España y no las de Cuba, uno agradece el frío tremendo y no la deshidratación bajo el exhaustivo sol caribeño.
Llegué a Ourense casi dos meses después de llegar de Cuba con los pedazos de mi novela a la espalda. Fragmentos escritos, grabaciones de audio, una agenda llena de notas. Vine a España para escribir una novela… yo también sonrío, te entiendo, es muy subjetivo eso de querer ser escritor y a la par comenzar una vida nueva. Pero quizás exista una correlación, una formula inespecífica que se va armando de a poco cuando uno tiene en la mente muchas palabras, cuando uno es acosado por una historia. Puede ser perfectamente un delirium tremens o la saga de un perseguido.
Mi novela aún no tiene título, ni tampoco una forma precisa. Escribo sobre Angola, sobre mi abuelo y los buques mercantes cubanos que lo llevaron a África para pelear una guerra que no era de ningún cubano, porque, aunque la gente quiera negarlo, las guerras tienen pertenencia, tienen dueños y a ellos se debe el ganarlas o perderlas, el sufrirlas o evitarlas. Lástima que por demasiados años Fidel nos metió en la cabeza aquella cosa de la “solidaridad”, nos vendió una mierda revestida en una capa fina de oro por la que se impulsó a que ideológicamente millones de hombres se alistaran en esa idea, y miles de soldados cubanos se convirtieran en cruzados, pero sin destino a Tierra Santa.
La causa ahora estaba al sur, allende a los mares, y los soviéticos creían que era “justo, noble y bueno” instaurar ideas socialistas, que la luz de Marx y Lenin debía arraigarse en un lugar curiosamente lleno de minas de diamantes, oro, cobre y grandes reservas de petróleo.
Y para no pecar de ingenuo o perder algún fragmento envuelto en niebla sigo investigando. Después de todo fue una dicha que este isleño recalara en Galicia, una región cercana a Portugal, y que en 1975 era necesario saber lo que pasaba del otro lado de la frontera. Cada vez que tengo tiempo me voy a la biblioteca y sumido en periódicos de la época confronto y válido mi investigación previa, superviso los movimientos de las tropas angolanas, la salida de los colonos portugueses, le habilitación del puerto de Luanda para recibir armas de la Unión Soviética, y encuentro no por azar, pero si inmerso en silencio una acotación que señala: “se informa de la presencia de elementos exteriores, principalmente cubanos”.
A veces, cuando encuentro otra mención, otra información precisa sobre los movimientos me da por pensar en mi abuelo y tengo una epifanía, pienso que soy él parado en la frontera con Namibia y miro la vastedad surafricana y no alcanzo a ver la línea fronteriza porque todo está en la mente y en el mapa que alguien trazó, y me pregunto: ¿Por qué estoy aquí? Tan lejos de mi casa, empuñando esta AKM.
Quizás esta sea una novela que me tome diez años escribirla, algo parecido a lo que demoró Padilla con “En mi jardín pastan los héroes”, o quizás no y en el próximo invierno, quizás bajándome de otro tren pueda decir: «Traigo una novela hecha, traigo un pedazo de mi vida que quiero entregar».