Roma

Viajar es como huir. Uno se monta en una guagua, un avión o un barco y todo lo que espera, mientras el destino sea el anhelado, es no volver. Viajar es una fuga, un Prision Break. El punto de partida es siempre una realidad apabullante que no te deja respirar, en la que logras con esfuerzo sobrevivir. No hay juicio posible para el que escapa, no hay una sola sentencia que pueda detener al que a toda costa quiere irse. Ayer lo entendí en carne propia; Viajé a La Habana. Y no viajé para hacer negocios, o para buscar “algo” que hace falta, viajé para escapar definitivamente.

Lo más interesante es que mientras esperaba que el chofer de la mypime dijera mi nombre, y me hiciera pagarle dos mil pesos, al lado mío más de cuarenta personas también se daban a la fuga.

Nadie llora tan desconsoladamente ante un leve “adiós” o un casual “hasta luego”, la gente llora cuando sabe que la distancia ya no se mide en kilómetros, sino que ahora se mide años. Se había curvado el tiempo y por un pequeño agujero de gusano vi un quinquenio de por medio, vi con malos vientos hasta una década arrastrándose en el camino.
Recordé que de nuevo los aviones salen para Nicaragua, y la gente quiere “ir a ver los volcanes”. ¿Adónde vas? ¿Quo Vadis? Es quizás demasiado obvio… Como dije: no hay juicio posible para los que escapan. Pero me dio miedo porque abrazadas hasta el final estuvo una madre con su hija, una muchacha que recuerdo de la primaria y que bajo la contemplación de ese sábado nostálgico lloraba, y besaba la frente, y las manos de su niña, y no se separaban. sino para abrazar a alguien más.
Que doloroso es viajar, que doloroso es que en ese momento las palabras se te atraviesen y uno quiera escribir que también quiere llorar, que también quiere abrazar a esa muchacha y decirle: «yo me acuerdo de ti, me acuerdo de cuando éramos chiquitos y de que entonces yo usaba pañoleta roja y tu azul.» Pero a la larga no puedo, porque cuando la guagua sale, los baches le darán a mi mano el pulso de alguien que escribe con miedo, de alguien que escribe con el terremoto en el cuerpo.
Y solo bastó mi nombre, y la consecución de una lista de pasajeros para que yo saliera de aquel perpetuo ambiente de nostalgia, y la gente alzara la mano como gritando:

«¡Roma! ¡Recuerda, todos los caminos llevan a Roma!»

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